Novena de abono de las Corridas Generales de Bilbao. Media entrada. Seis toros de Victorino Martín, bien presentados, corrida encastada, variada de juego. Diego Urdiales, ovación tras aviso, vuelta y oreja. Javier Castaño, ovación en el único que estoqueó; Luis Bolivar, pitos y oreja.
Era la novena de Bilbao, y todos los aficionados subían a la plaza rezando para que aquella novena lo fuera de verdad, sin medias tintas, sin maquillajes, sin mentiras. Subía la afición por General Concha camino de la novena y mascullaba entre dientes: Victorino, ora pro nobis….. Y Victorino nos devolvió la fe.
Nos devolvió la fe en su ganadería, en sus toros. Nos devolvió la fe en la emoción, en la autenticidad, en la fiesta. Y es que, cuando sale el toro, todo vuelve a sus sitio, a su lugar, a su razón de ser. Vuelve esa fiesta en la que todo lo que se hace en el ruedo tiene importancia. Vuelve la fiesta cruda, la carente de falsos adornos, esa en la que una equivocación, un simple descuido te manda para casa. Esa fiesta que une, que pone a todos de acuerdo. La fiesta de los toros.
Corrida abierta de sementales al máximo. Seis toros, seis padres. Corrida variada de juego, seis toros, seis comportamientos diferentes. Corrida para tener los ojos pegados al ruedo, para tener un nudo en el estómago, para emocionarse y para disfrutar con el toreo. ¿se puede pedir más?. Por supuesto: que todos los días salga una corrida como esta, o, por lo menos parecida, y no ese medio toro, siendo generosos, que se ha adueñado de Vista Alegre.
Corrida de ejemplares encastados todos ellos. Especialmente con los problemas que derivan de esa casta el segundo y el tercero en los que vimos sendos puyazos de nota de Tito Sandoval e Ismael Halcón. Toros exigentes a más no poder. Duros de patas, y rápidos de mente, toros para poder, esos Victorinos de los ochenta que alguien tuvo la idea de denominar “alimañas” y que no deja de ser un exponente más, una variable de comportamiento derivado de eso que tanta falta hace a la cabaña brava: la casta.
Tan pronto como salió el segundo de la tarde tuvo claro Javier Castaño que la empresa que tenía delante no era moco de pavo. Debió recibirlo consintiéndolo, sacándoselo para afuera, toreando para el toro, pero no lo hizo, apretó el cárdeno hasta tenerlo a merced de las tablas, y una vez allí perdonarle la vida. Sólo se avisa una vez. Toro poderoso y exigente como el que pocos desbordó a un Javier Castaño que estuvo pundonoroso pero poco acertado. Debió poderle por abajo toreándolo sobre las piernas. No lo hizo. El toro se fue viniendo arriba hasta el punto de hacerse el amo del cotarro. No podía con el Castaño. El un muletazo por el pitón izquierdo perdió un tiempo. Esta vez no hubo clemencia y el palizón fue de quitarte la afición. Estocada arriba. No pudo continuar la lidia. Una pena.
El tercero fue de parecida exigencia. Duro también. Luis Bolivar sudó la gota gorda, pero el Victorino, nuevamente salió triunfador del encuentro. Vendió cara su vida, puso a prueba a propios y extraños y, a esas alturas del festejo parecía que todo lo que llevábamos de tarde había pasado en un cuarto de hora. Allí no se aburría ni el apuntador.
En el quinto de la tarde vimos a un Luis Bolivar más asentado que en otras ocasiones. Bien es cierto que el toro que le tocó en suerte fue el toro más flojo de la corrida, un toro que llegó a la muleta con una embestida más pastueña por el derecho, más a la mexicana, y un pitón izquierdo más complicado. Muletazos de buen trazo en los que echamos de menos que se los echara más para adentro. Aún así, trasteo aseado y asentado que le valió una oreja.
El cuarto fue el toro menos descarado por delante, pero estaba rematado por detrás. Un toro que protagonizó también, como casi todos sus hermanos un buen tercio de varas. Toro reservón en banderillas que rompió en encastado por ambos pitones pero que tuvo una embestida humillada ante una poderosa muleta de un Diego Urdiales francamente extraordinario esta tarde. Exigente este también. Toreo de mano baja, zapatillas asentadas y vergüenza torera que fue el aperitivo de una excelente actuación en el toro que cerró plaza y que lidió tras el percance de su compañero Javier Castaño.
Un sexto toro excelentemente presentado, serio por delante, con cuajo y remate, un pavo. Toro completo en todos los tercios, encastado también, que cumplió sobradaente en varas y que, tras las exigencias propias de la casta, rompió por ambos pitones metiendo los riñones pero sin dejar ganarse la partida en ningún momento. Embestidas llenas de de una carga emocional la de todos los toros lidiados hoy que pusieron de manifiesto que aquí no está todo perdido.
Poderoso Urdiales, asentado, con el mentón metido en el pecho, dando los frentes, echando la muleta planchada y rematando los muletazos donde se debe. Toreo puro, especialmente largo por naturales. Faena de tú a tú, de bello trazo y de franca sinceridad. Estocada en todo lo alto. Merecidísima oreja. Colofón justo a una tarde, la suya, especialmente buena e importante pues fue la mejor manera de reivindicarse y de dar su mejor versión.
Tarde de toros, de toreros, de emoción. Tarde de las que hacen afición. Tarde en la que nos hubiera gustado ver a las figuras.
Victorino ha vuelto a recuperar ese sitio que no debió perder en Bilbao. Nos devolvió la ilusión por su ganadería y por la fiesta. Ojalá que todas las tardes hubieran sido como esta.