Sexta de abono de las Corridas Generales de Bilbao. Tres cuartos de entrada, nutrida presencia de jóvenes en la grada del 8 fruto de la iniciativa de “El Juli”. Seis toros de El Pilar, desiguales de presentación, en tipo, pero salvo quinto y sexto impropios de Bilbao. Corrida inválida y noble a más no poder salvo el sexto de la tarde que fue excelente. Juan José Padilla, ovación y silencio; El Juli, dos orejas y gran ovación; Alejandro Talavante, ovación con saludos y oreja.
Llegará el día en el que eso suceda. El día en el que se anuncien festejos taurinos a modo de exhibición de doma sin picadores. De hecho, hoy mismo, hemos asistido a lo más parecido que existe a una corrida de toros sin picar.
Nada tuvo que ver la corrida de El Pilar con la que lidiara el pasado año, salvo el sexto toro que resarció de la borregada a un hierro del que esperábamos mucho más.
Para empezar, impropia fue la presentación de los cuatro primeros de la tarde. Algunos de ellos absolutamente impropios de Bilbao. Aunque entipados, faltos de remate, de cara y de trapío para lo que debe ser costumbre en esta plaza. Tarde de figuras, ya saben.
Tras devolver al primero de la tarde por lastimarse tras el encuentro en el caballo (tampoco llegó sobrado precisamente al mismo) salió un sobrero digno de seguir el mismo camino del hermano que había sustituido.
El caso es que todos ellos, salvo el sexto y el cuarto, repito, salían de chiqueros con los dos puyazos de serie. Y ya se sabe, con cumplir el folklorico rito de los picadores bastaba y sobraba. Salían los del castoreño, se colocaban en su sitio y hacían como que picaban…. Pero sin picar. En algún caso, incluso, sin disimulo. Medio picotacito en el primer encuentro, y escasamente señalar en el segundo encuentro. El palco, permisivo, nos privó, una tarde más, de disfrutar de un tercio fundamental de la lidia. Así están las cosas.
Eso sí, el público, que hoy era inmensa mayoría, se sentía satisfecho y aplaudía a los picadores, curiosamente, por no picar. Incongruencias del respetable. Así está Bilbao.
Había saludado Juan José Padilla al romper el paseíllo. Ya lo hizo en junio. Pareció no bastar y se repitió el rito de la genuflexión ante la superación del hombre. Cumplidos somos un rato.
Estuvo pesado, cansino, más de los habitual incluso, y dentro de su vulgaridad un Juan José Padilla que tuvo un primero que no aguantaba un soplido por su invalidez y un segundo que, a pesar de tener codicia y embestir hasta en los primeros tercios duró dos tandas.
Hoy volvimos a ver la versión 1.0 del Juli. Esa versión inicial rendida al toreo populista, despatarrado, de muletazos largos, si, pero de aquella manera, de los de citar descaradamente fura de cacho, engancharlos con el pico y echárselos para afuera todo lo posible. Cierto es que el torito era un invalidote propio de devolución que terminó viniéndose un poco arriba tras el simulacro de suerte de varas que recibió. Lo que les comentaba, corrida sin picadores. Lo que hay que ver.
El torete era el paradigma de la dulzura, de la nobleza, de la bobaliconería. Como para llevárselo de paseo con una correa por el Arenal, vaya. Metía la cara con inmensa nobleza, embestida pastueña, suave, dócil. Ese torete con el que sueñan todas las noches las figuras. Bingo para El Juli.
El circulo vicioso lo cerraba un público festivalero, un palco con remordimiento de conciencia tras lo del martes y un Juli inteligente que, a media altura cuidó cual enfermera al torete del Pilar. Circulares, adornos y destoreo vario, “Julipié” traserito pero efectivo. Ya estaba el lío montado. Dos orejas. Definitivamente, adiós Bilbao.
Con el quinto de la tarde, un toro de más cuajo pero de idéntica traza, en cuanto a comportamiento, del segundo, el personal ya se frotaba las manos ante lo que se suponía otro “lío” como el anterior. Pues fue que no. A pesar de los cuidados intensivos, de dos picotacitos dejándose en el caballo, de todo el mimo que pusieron propios y extraños, el animalito se vino abajo y poco hubo que hacer mas que volver a mostrar esa versión 1.0 recuperada.
A estas alturas poco le importaría. El objetivo estaba cumplido: triunfar en Bilbao y darle un sopapo en el morro al poder mediático televisivo que le ha dejado fuera de las grandes ferias.
Todo eso a costa de ver a un Juli muy lejano al que viéramos no hace tanto en esta misma plaza, ese Juli 3.0 de mano baja, poderoso que hizo el toreo a algún toro de esos que dan en llamarse de Bilbao. Parece que ya no queda ni de lo uno, ni de lo otro. La desgracia nos persigue.
Y tras dar pasaporte al tercer borregón de la tarde, otro ejemplar sin pizca de trapío y de idéntica bondad que sus hermanos que hicieron primero, segundo y cuarto, el que dicen ser uno de los toreros de esta temporada, Alejandro Talavante, se dejó escapar a uno de los toros más importantes e interesantes de lo que llevamos de feria.
Toro con cuajo, entipado, muy bien hecho, serio por delante, sin exageraciones pero serio, un toro que, ya de salida fue codicioso. Un toro que realizó un buen tercio de varas, empujando con la cara abajo, metiendo los riñones. Un toro que hubiera aguantado de sobra un segundo puyazo más largo que el que se llevó. Un toro al que debimos ver de lejos (se lo pedimos desde el tendido) pero, al que, desgraciadamente, vimos acudir con alegría y fijeza desde distancias más modestas.
Toro de embestida codiciosa, metiendo los riñones, con la cara abajo, con casta, exigiendo mando y colocación. Exigiendo toreo poderoso, toreo de verdad. Toro para citarlo de lejos, para darle distancia, para dejarlo venirse arriba, no para intentar, sin éxito, asfixiarlo en las distancias cortas. Toro duro de patas, que aguantó con la boca cerrada y se resistió a la muerte hasta que cayó definitivamente muerto. Toro importante que nos sacó la espina de la borregada que, hasta ese momento, habíamos padecido.
La labor de Talavante ante este toro no merece la pena comentarla, salvo un detalle: se le fue un toro de verdad sin torear. Imperdonable.
Tras lo vivido, nos queda claro que el palco ha abandonado definitivamente la defensa del rigor, el prestigio y la seriedad de esta Plaza. Bilbao está, irremediablemente salvo que se recupere la sensatez, la cordura y se junten los astros, a la deriva, camino de ser una plaza cualquiera.
Con esas fuimos saliendo de la plaza. Con una extraña sensación de haber vivido el primer experimento de los que puede ser ese espectáculo que persigue el toreo moderno: las exhibiciones de doma sin picadores. Vaya tela.