Aunque prácticamente nadie se ha acordado en la Plana, en este 2007 que ya finaliza, la Plaza de Toros de Castellón cumplió 120 años de existencia.
Fue el 3 de julio de 1887, con un cartel conformado por los matadores “Lagartijo” y “Frascuelo”, y toros del Duque de Veragua –como no podía ser de otra manera-, cuando abrió por vez primera las puertas el nuevo coso obrado por el conocido arquitecto Manuel Montesinos Arlandis. Seis castellonense, desde la iniciativa privada pues, se decidieron a sufragar la plaza que sustituyera a la vieja de “Pany de les Creus”, asentándose la nueva junto a la estación del ferrocarril sobre un viejo solar dedicado al cultivo de vid. En adelante, 13.000 almas aproximadamente, la mitad justa de la población que tenía la capital por entonces, iban a poder disfrutar de la Fiesta de Toros en un precioso coso neomudéjar.
Hoy, aquel coso en el extrarradio urbano, ha pasado a ser el de la Avenida Pérez Galdós, junto al Parque Ribalta, en pleno entramado urbano. Hoy, aquel coso en el extrarradio urbano, ha pasado de nuevo a ser el objeto de las polémicas taurinas y especulativas.
El futuro de la centenaria plaza de Castellón ha estado en el aire en diversas ocasiones. En 1910 ya hubo rumores en la prensa escrita del posible derribo del coso. Y así sucedió también en 1941, como bien documentan Eugenio Díaz y José María Iglesias en “Fiesta de Toros en Castellón”. De hecho, se recogieron ese año en la prensa comentarios como el que sigue, de Joaquín Castelló: «Se rumoreaba estos días que uno de los copropietarios de la plaza había propuesto derribarla, vender los materiales y luego los solares por parcelas. He interrogado a uno de los dueños sobre la veracidad de este rumor, contestándome que no ha estado desprovisto de fundamento, pero que, al fin, se ha desistido de ello. Afortunadamente continuará en pie la plaza. Ya está bien que en los solares de lo que fue plaza vieja se levante el Instituto, ¿pero derribar la nueva para lucrarse?. No es mal negocio. Pero privar a Castellón de tan hermosa plaza sería un delito de la tauromaquia. Si al menos fuera para levantar una universidad, miel sobre hojuelas. Si no es para esto, vaya mi protesta como modesto aficionado y se admiten firmas».
Tuvo que venir la modificación de los modernos Planes Generales de Ordenamiento Urbano (PGOU), para que la capital de la Plana reconociera uno de sus edificios indudablemente más emblemáticos como bien de relevancia histórico-artística. Así fue como la plaza de toros de Joaquín Calduch, Hipólito Fabra, Luciano Ferrer, José Ripollés y los hermanos Joaquín y Juan Fabregat –sus mecenas de 1887-, pasó a tener un aval de conservación y respeto que, muy posiblemente, hoy le ha salvado la vida definitivamente.
Muy a pesar de todo ello, actualmente el futuro de la plaza quiere aún truncarse por parte de distintos intereses. El primero y principal es el de sus dueños; mejor dicho, los herederos de sus dueños originarios. Parece que a estos se les ha olvidado el esfuerzo e inversión de sus antecesores del siglo XIX para que Castellón tuviera su plaza de toros… no un mamotreto polifuncional, no un corralito bursátil y especulativo, sino una dignísima y referente plaza de toros. Quieren vender a toda costa; sea al constructor, sea al Ayuntamiento, pero todo a precio de oro. No importa lo que ocurra luego. Ya lo dijo Joaquín Castelló en el 41: si al menos fuera para levantar una universidad... –por cierto, algo que hoy la Plana ya disfruta-.
Por otra parte está el papel de la empresa Taurocastellón, evidentemente el más cómodo de todos los posibles. «No tenemos nada que ver», dicen; «nosotros arrendamos y pagamos a los propietarios». Pero claro, ellos explotan un bien de, al menos, relevancia local… algo tendrán que ver en su mantenimiento, ¿no?. Por otra parte, que la plaza estructuralmente hablando pueda quedar depauperada o recobre auge, depende también de la gestión taurina del coso; y es que a todo que vaya bien durante la Feria, las Fiestas de la Magdalena van a mejorar en general y la ciudad como tal se supera en cuanto a importancia. Resultado: beneficio directamente proporcional a todas las partes y, de paso, para la inversión en el inmueble.
Finalmente destaca la ambigüedad política. El alcalde, a principios de año, declaraba cómo veía él la plaza: «Yo creo que la plaza de toros de Castellón tiene todas las condiciones para ser uno de los monumentos más visitados de nuestra ciudad. Es coetánea del Teatro Principal y podría recuperar el esplendor que ahora disfrutamos del teatro. Imagino una plaza con una parte exenta, sin muros, con la mampostería rehabilitada y una adecuada iluminación. Creo que podemos conseguir recuperar esa grandeza perdida.» Mucho imaginar y pocos hilos a mover, ese es el resultado. Decía también el propio alcalde que intentó en cierto momento llegar a acuerdos con los dueños para lograr la conservación adecuada y mejora del edificio, pero que «la última palabra la tienen los propietarios»; debería saber -y sabrá- que la última palabra no la tienen los propietarios, porque la Administración está obligada a velar por un Bien de Relevancia institucionalizado como es éste, y que dejar a un propietario abandonar el mantenimiento de un Bien Inmueble para conseguir, quién sabe, la ruina del edificio, es dejación de funciones.
Así pues, tras todo lo dicho, ¿cómo vemos hoy la plaza de toros de Castellón?: no tan boyante –parece mentira cómo anda el progreso- como se la veía hace ni más ni menos que 120 años.
Finalmente, el problema queda resumido en lo que sigue: unos quieren forrarse a costa de derribar un edificio histórico –o si no se derriba que se lo pague el Ayuntamiento a precio de mercado-; otros les da igual el edificio mientras aguante en pie feria tras feria y dejen recaudar en taquilla; y otros no tienen claro si les da igual o hacen el papelón de su vida. Quién pierde: la plaza, la afición y la tauromaquia.