Ayer se certificó la defunción definitiva del prestigio y denominación de lo que antes se llamaba “Feria del Toro”.
Llamaron la atención desde por la mañana los Fuenteymbros por su trapío. Especialmente el número 41 que, al tiempo que llegaba a la plaza se derrumbaba cual edificio en ruina sin aparente remedio de reposición. Fue rechazado en el posterior reconocimiento porque sus aptitudes físicas no eran las adecuadas para la lidia.
Lo cierto es que la corrida era imponente, muy bien presentada. Pareja. Descarada. Entipada. Astifina. Una tía. Pero solo en lo que a fachada de refiere. En su interior había un vacío tan grande como su trapío. Una ruina de casta y bravura…
Pamplona, su feria, está en ruina también. En ruina técnica. Porque los toros que se han lidiado estos últimos días han sido una ruina. Porque el criterio del personal es una ruina. Porque el palco presidencial es una ruina. Porque el toreo que se ha visto ha sido una ruina (salvo la honrosa excepción de Javier Castaño).
No hubo ni un toro que se llevara dos puyazos en regla. ¿Cómo es posible que una Feria que se denomina del Toro no lidie ejemplares que aguanten un tercios de varas normal?. Otra ruina.
El caso es que los ejemplares que mandó Ricardo Gallardo fueron un muestrario de flojedad, de borreguez, de falta de casta, de falta de bravura. Fue un muestrario ruinoso de lo que no debe ser una corrida de toros. Iban y venían, en su ruinosos estado, y se dejaban pegar pases, así como si nada.
César Jimenez es, como Tejela, por ejemplo, uno de esos toreros que, misteriosamente, y sin hacer nada, se repiten en las ferias sin que nadie pueda comprenderlo. Ayer, más de lo mismo. Toreo despegado, desgana, una bien disimulada jeta y a liquidar honorarios. Otra ruina.
Rubén Pinar es la trampa personificada. Pierna retrasada, pico a toneladas, barrigazos y destoreo. La antítesis de lo que pudiera haber sido el toreo a su segundo, que se dejó en muchas ocasiones. Era para haberlo mimado, haberse puesto y haber toreado. Cortó una oreja de regalo absoluto.
De Jimenez Fortés es un chico que le pone voluntad, muchas ganas y que, además, tiene valor. Con eso conjuga un coctel que llegó a un cada vez más ignorante respetable, que le pidió las orejas en ambos toros. 1+1=Puerta grande. Maldita fórmula cuándo esas orejas no están cortadas a ley.
Que pegó dos estoconazos, de acuerdo. Que se ciñe en los quites rayando la temeridad, de acuerdo. Pero, ¿y el toreo?, Una ruina. Pata retrasada, pico, y entre pitones para llegar a la solanera.
El caso es que si hubiera un cimiento sólido de afición, de conocimiento y de exigencia en los tendidos, no hubiera pasado lo que ha ocurrido.
Si el palco tuviera criterio, rigidez, y velara por defender el prestigio y categoría de la plaza no regalaría, tarde sí, tarde también, orejas absolutamente intolerables.
Pero el caso es que la fiesta en Pamplona está en ruina. Hay fachada sí, hay medios, sí, hay llenos (aunque no se haya colgado el no hay billetes ningún día salvo el 7), pero…… luego te encuentras con un absoluto vacío. El toro no es toro, el toreo brilla por su ausencia, el criterio y la exigencia no existe. ¿Entonces?. Entonces solo queda certificar una dolora realidad: la ruina.