ADIOS
A TONETTI
UN PAYASO CON TORERÍA
A veces
te das cuenta que la vida se va acabando y llevas muchos
años sin ver a viejos amigos de los años
dorados. Esta Navidad el primero que me felicitó
fue Julio Pérez Vito, la mayor gloria de los banderilleros
vivos. Pienso que hace más de 20 años que
no nos vemos, que no he vuelto por Sevilla ni él
sale de allí. De pronto, cuando surge alguna falsa
figura del tercio de banderillas, como Ferrera, me indigna
la ignorancia de los públicos y de los críticos
y recuerdo a las gentes cómo hacía la suerte
Julio Vito. Explico su parsimonia para ir a la cara del
toro, su forma de clavar cuadrando en la cara y aquel
salero de salir andando despacito, sin despeinarse, sin
volverse a mirar al toro que iba por su camino dominado,
y lo comparo con estos tirititeros de las carreras, los
brincos y las salidas alocadas perseguidos por el toro
y saltando al callejón. Me indigna que lo que más
aplaude la gente sea ese salto al callejón, señal
clara que ha sido desbordado por el toro. Julio jamás
saltaba al callejón porque, al salir del par, dejaba
a los toros clavados en su terreno y él salía
de la suerte, sin mirarlo con esa chulería antigua
del ¡ahí queda eso!.
Julio Vito tiene
una hija que maneja el ordenador y el viejo torero se
emociona leyendo las crónicas que de tarde en tarde
dedico a su maestría. Y me llama en conversaciones
interminables recreándose en el mundo de los recuerdos.
“¿Tú estás bien, mi “arma”?”Man
disho” que tienes una mujer “mu” guapa
que te quiere “musho”! “Yo estoy superior,
Julio, ni colesterol, ni diabetes, ni nada de lo que tiene
la gente de mi edad.” “Pues eso es lo que
“hase farta”, que vivamos muchos años,
disfrutando de haber “sio” figuras en lo nuestro…!”
A veces me acongoja
el recuerdo de los grandes amigos que seguramente ya no
volveré a ver porque ya no salimos de nuestro territorio,
como hacen los sementales viejos cuando se le pasa el
celo del poder.
RESENTEMIENTO
En esta mañana
de febrero al cruzar el puente del río Tormes sentí
la angustia de localizar a Pepe Tonetti, al que perdí
la pista hace muchos años. La última vez
que lo encontré en Madrid con su vitalista apariencia
de atleta, llevaba ya varios años retirado. Me
contó que vivía en la libertad del campo,
rodeado de todos sus recuerdos del circo, que lo tenía
delante de la casa con su “rulot” como si
todo estuviera a punto para actuar esa misma tarde. Recuerdo,
de niño, cuando mi padre me llevaba a la feria
de Salamanca, por la tarde a los toros y por la noche
al circo, donde Pepe y su hermano Lolo nos tenían
con la boca abierta y la risa a borbotones. Después
cuando empecé a recorrer mundo en todas las corridas
de las grandes ferias lo veía en la puerta de arrastre,
encaramado en un taburete junto a los mulilleros. Iba
a los toros vestido ya de payaso hasta que llegaba la
hora de la función y salía disparado para
empezar su actuación de la tarde. A veces sólo
le daba tiempo de ver el primer toro, luego me llamaba
al hotel para que le contara la corrida. “Porque
de los demás no me fío” y a veces
me iba a cenar con él en su camerino rodante. Hasta
que un día descubrí que también era
torero y que su verdadera vocación era la de haber
sido cómico en los ruedos como los del Empastre
o El Bombero Torero.
Fue una tarde en
la finca de Baltasar Ibán, cuando Paco Camino y
servidor, después de varios años de distanciamiento,
hicimos las paces recordando aquellos años de Salamanca
cuando él era novillerito puntero y yo toreaba
en casi todos los tentaderos. Pepe me pidió la
muleta en una vaca que le gustó y se puso a imitar
a todas las figuras del momento, sobre todo a El Cordobés,
por afinidad de estilos: “Manolo y yo somos los
mejores payasos de la historia” y se retorcía
gesticulando con aquella risa contagiosa.
REIR SOBRE LA MUERTE
Una tarde estábamos
en la feria de Burgos Y Tonetti no apareció en
la puerta de arrastre. En Burgos podía estar más
rato porque tenía el circo justo al lado de la
plaza. Pepe estaba en Madrid en el entierro de su padre.
Salió de madrugada con su hermano y volvió
a tiempo de pintarse la cara y estar en la pista para
hacer reír a ese público que lo adoraba.
Hizo los chistes de siempre, sus carcajadas y sus piruetas
eran más espectaculares que nunca y cuando acabó
la función se derrumbó sobre un taburete
y sus lágrimas de payaso, resbalando sobre los
colorines del maquillaje, me llegaron al alma.
Era un hombre de
grandes sentimientos solidarios, pendiente siempre de
los malos tragos de los amigos. Un día me llamó
para realizar una idea que llevaba mucho tiempo metida
en la cabeza: “Vamos a fundar el club de los payasos
para recoger a todos los viejecitos del oficio y tengan
un lugar bonito para vivir sus recuerdos de artistas”
Pero como no había dinero organizó un festival
en la plaza de Vista Alegre. Las grandes figuras le respondieron,
a pesar de que muchos estaban en América, y sólo
un gilipollas se negó, alegando que si toreaba
yo él no iba. Pepe estuvo grandioso en la respuesta:
“Alfonso es mi amigo y va a torear; así que
tú eres el que sobra en el cartel”.
Fue una mañanita soleada, antes de empezar la temporada
en Las Ventas y la antigua plaza de Vista Alegre se llenó
hasta los topes. En gran parte porque nuestra madrina
era Lina Morgan que, aparte de un importante donativo,
la noche anterior metió una cuña en su programa
de televisión para hablar del festival de los payasos.
Aquello fue un éxito en todo. Toneti salió
vestido de corto, con un traje a medida que le hizo Luis
Álvarez, un cotizado sastre de toreros de la época.
Recuerdo que cuando le tocaba hacer su quite a Andrés
Vázquez me invitó a salir y toreamos al
alimón por chicuelinas, algo insólito en
aquellos tiempos porque era una suerte olvidada hasta
que varios años después la resucitó
Esplá actuando con su hermano Tono.
EL SUICIDIO DE LOLO
Cuando llegó
aquella crisis del circo, Toneti sobrevivió a fuerza
de superarse y, como la gente lo adoraba, fue salvando
trabajosamente aquel hundimiento de las taquillas. En
cambio su hermano Lolo se hundió en una terrible
depresión y una mañana, cuando Pepe se levantó
para hacer sus ejercicios de gimnasia, se lo encontró
ahorcado. La muerte del hermano lo sepultó en el
desánimo. La noche que volvía de enterrar
a su padre tuvo agallas para seguir en la pista. Ahora
ya no pudo pensar en aquella vieja canción italiana:
“Riddy pallayasi, ríe tú payaso que
esa es tu misión/ que importa si adentro te llora
el corazón…” Y colgó para siempre
sus viejos zapatones de farsa.
Muchas veces he pensado en esta grandeza de espíritu
de los payasos. De su capacidad para sobreponerse al dolor
para hacer feliz al público. Una noche en Madrid,
dando los coloquios en el Círculo de Bellas Artes,
se me había caído el mundo encima y me sentía
tan hundido que no era capaz de empezar. Estaba llorando
en los lavabos y sentía las protestas de la gente
por la demora. Me acordé de Tonetti, seguí
su ejemplo y estuve hablando una hora más de lo
que acostumbraba. Mantuve al público en vilo toda
la noche, sentí esa soberbia de dominar a la masa
y acabar rodeado de abrazos y ovaciones. Aquella tarde
había simulado una faena “memorable”
Curro Romero, cuando sólo era una ilusión
de sus incondicionales. Tuve que enfrentarme a todos los
que estaban convencidos de haber visto algo insuperable.
Menos mal que las imágenes del vídeo me
dieron la razón. Como sería la cosa que
un grupo de incondicionales me llevaron de juerga por
la noche de Madrid y cuando a media mañana caí
en la cama es como si me hubieran curado todas las heridas
del alma.
Os decía que
esta mañana al cruzar el Tormes me propuso localizar
a Pepe Tonetty para volvernos a ver, barruntando que ya
le quedaría poca vida. Por la noche el telediario
dio la noticia de su muerte. No sabía que tenía
84 años y que le había llegado la hora sin
poderle dar el último abrazo. Me dio rabia el tono
distante de la noticia y después el silencio de
los periódicos, como si mi amigo del alma no fuera
el último rey de los payasos. Bien mirado ya no
hay sitio para estos seres entrañables y grandiosos.
Ahora las payasadas las hacen los ministros en la televisión.
Casi todos los días.
Alfonso Navalón
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